La peste de la indiferencia

No soy amigo de la mediocridas, no abrazo a quienes escogen voltear la cara y no mirar el revolcón, la bofetada, el despropósito con el cual se maltrata y se persigue a un pueblo, a la disidencia, a esos que con súbita razón y legitimidad decidieron no conformarse con "resolver" esta semana. 

Los últimos días me ha tocado abandonar dos grupos de Whatsapp, reconsiderar mi lista de amigos y tomar distancia con algunos miembros de mi familia, no es radicalismo alguno, no comparto la politización de las relaciones personales, pero no puedo ser cómplice ni secundar a quienes escogieron ser optimistas cuando en la calle nos están matando a los venezolanos, y el gobierno ríe, baila, festeja, reconoce su hazaña, su barbarismo revolucionario. 

 El Artículo 53 de la constitución establece que “toda persona tiene el derecho de reunirse, pública o privadamente, sin permiso previo, con fines lícitos y sin armas”, es en ese mismo apartado constitucional de los Derechos Civiles donde el artículo 55 reza: Toda persona tiene derecho a la protección por parte del Estado a través de los órganos de seguridad ciudadana regulados por ley, frente a situaciones que constituyan amenaza, vulnerabilidad o riesgo para la integridad física de las personas, sus propiedades, el disfrute de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes. 

Con ese sustento legal es detestable como el régimen y sus voceros se afanan en llamarnos terroristas e intentan desacreditar la dignidad de una multitud de gente que hemos escogido la resistencia cívica, el grito, la pancarta, la protesta como el camino para exigir respuestas a todos nuestros reclamos, al reclamo de la urgencia de los niños sin formula ni medicinas ni incubadora, de la masa pasando hambre, de las madres a quienes la violencia les arrebató la sonrisa, la vida de un hijo, de un compañero. No se puede tener tanto desprecio por la condición humana 

Hemos presenciado actos de euforia y emociones que convergen en un gloria al bravo pueblo, en una consigna que lanza tres mentadas de madre al dictador y otras cuarenta a quienes aún tienen el descaro y la crueldad de respaldarlo, pero también hemos sido testigos del silencio como la demostración ensordecedora de que quienes realmente queremos paz estamos hasta el hartazgo de tanto despropósito escudados en un “pueblo” inexistente y un proyecto político totalitario que solo ha traído muerte y barbarie, muerte y miseria al país. 

 Si algo tenemos que combatir es la peste de la indolencia y la indiferencia, esa enfermedad pandémica que agobia al mundo y sus gentilicios, ese siempre voltear el rostro cuando viene un desastre, cuando en Corea preparan bombas nucleares, cuando Trump discrimina, cuando en África la gente muere de hambre y cuando en Venezuela la cúpula gubernamental ataca como perros de caza a su gente, a la misma gente que alguna vez votó por ellos y que hoy padece la calamidad de toda la corruptela uniformada. 

Las marchas de los gritos o del silencio son la representación fiel de que el conformismo no es una alternativa y que mientras unos voltean el rostro, hay una masa de pueblo, una masa de humanidad dispuesta a no poner más la otra mejilla, a no dialogar con la complicidad del negocio, a no conformarse con las dádivas, a seguir luchando… hasta que el aliento humedezca el vidrio.

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