El plástico y la pólvora de los cobardes

Otra vez el olor a plástico de perdigón, balas que resuenan en el piso, en la pared, en el pecho, el aliento ahogado en gas pimienta, se escuchan gritos a la deriva, cercas caen y otras se levantan, una lista cuantiosa de presos en ascenso, videos, fotografías, el registro audiovisual del despropósito trajeado con casco y uniforme. La bestia que lleva el fusil, el que conduce la tanqueta, la ballena, el que dirige la emboscada, ellos también se hacen llamar “pueblo”, la presa levanta sus manos, corre, agita sus banderas y grita sus reclamos, no hay quién responda, el defensor está cuidando el puesto.

 Qué duro es escribir un país que está llorando, sometido por las pretensiones de un grupúsculo que solo espera salvarse de su propia hecatombe, la revolución está convulsionada por caciques y terratenientes que resguardan sus pellejos como fieras amenazadas por cazadores de corruptos. El rostro televisivo ríe, grita, cierra el puño, juega en un columpio, lanza una embestida verbal abominable, pide diálogo, lo hacen llamar Presidente. Todo les está saliendo mal, la canciller ofrece bofetadas con el idioma, insiste en que nadie debe meter sus narices en Venezuela. Cuidado, seguramente podrían asfixiarlos con bombas lacrimógenas lanzadas desde el cielo. 

 Se repite el escenario de la resistencia, los líderes de la oposición están renunciando a los discursos y la alharaca del verbo, abandonan los 140 caracteres y ahora dirigen marchas desviadas por avenidas y callejuelas, nadie está buscando confrontación, a quienes van al frente los siguen un tumulto de gente que solo pide ser escuchada y que se cumplan las leyes, todos queremos votar y que se respete nuestro mandato soberano en elecciones. La constitución, el librito azul, el instrumento, la bicha, llámela como quiera y cúmplala. 

Hay quienes han escogido el camino de la indiferencia, otros, abusando del poder de la pantalla reclaman la responsabilidad de la gente, como si la crisis fuese una elección exclusiva, un estado mental. Es muy fácil discursear y decir que esto es una crisis política, pedir diálogo, llamar al Papa, viajar en avión privado y trotar en el country club como lo hace Zapatero, mientras en Caracas, Valencia y Maracaibo matan ciudadanos para robarles el teléfono o arrebatarles una bolsa de pan, y la gente está comiendo de la basura, muriendo en la sala de espera de un hospital. 

 El detrimento de la estructura institucional es nuestra perdición, el atolladero de órdenes y contraórdenes es el bloqueo a la salida meditada, a la negociación pertinente. El gobierno se ha encargado de sabotear las vías democráticas, pacíficas, ciudadanas, constitucionales, ellos, los que se dicen poderosos y alardean de una paz inconcebible en medio de tanta miseria, son los primeros auspiciantes de la violencia como respuesta inmediata, la violencia como peste, esa epidemia que ha socavado cada rincón de la sociedad venezolana, convirtiéndose en una alternativa recurrente, detestable, peligrosa. Los ciudadanos que sobrevivimos estas calles estamos muertos de miedo, nos doblega la incertidumbre y nos harta tanto despropósito, no es posible tanto desprecio por la condición humana. 

 El ejercicio permanente de mantener la razón en Venezuela y seguir trabajando en la senda de la batalla de ideas y proyectos, el ensayo permanente de los emprendedores, la necedad aceptada de intentar hacer país, cultura, innovación y progreso en medio de todo el desparpajo gubernamental, estamos ahogado por gases rojos y bombas lacrimógenas vencidas. 

 La otra nación, el país que sobrevivebaleado con perdigones, secuestrado por el sistema de injusticias, obstinado de que lo llamen terrorista y hablen en su nombre, el país que espera de nosotros un poquito de prudencia, una acción más solidaria y la decisión irrenunciable de abrirle paso a la restitución de la democracia, ese país está siendo amenazado por el plástico y la pólvora de los cobardes.

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