El precio de la paz

Jorwen Rodríguez - Suena difícil decir que la paz tiene un precio después de más de 50 años de conflicto en un país con más de doscientas mil muertes violentas producto de la guerra. “La paz de Colombia, es la paz del continente” se ha repetido una y otra vez como una sentencia y con la conciencia de que la tranquilidad del vecino de al lado, representa una nueva era en nuestras trastocadas fronteras.

 A quienes votaron “NO” en Colombia la victoria en el plebiscito no les es más ni menos que un pase a la mesa de negociación (necesaria, muy necesaria) entre el gobierno de Santos y las FARC y a quienes dijeron “SÍ” (Casi la misma cantidad de gente) el silencio no parece alternativa ante la premura, la única y más grande premura del noble pueblo colombiano de conseguir la paz a través de la justicia que no se ejerce con bombas ni con balas pero tampoco con perdones ciegos y absolutos, aunque la paz parezca una palabra de tres insuficientes letras, el camino hacia a ella es tortuoso en pleno siglo XXI donde aún hay quienes no entienden que las palabras pueden ser más contundentes que un disparo. 

 El diálogo siempre será necesario, el diálogo como método de sobrevivencia ante las grandes coyunturas, sin embargo y aunque siendo por la paz, dialogar no debe significar concesión alguna ni mucho menos un proyecto rentista de conseguir beneficios personales, el diálogo en Colombia por la paz y en Venezuela por la sobrevivencia, debe ser sobre la base de objetivos comunes para derribar los muros, soltar las ataduras y sembrar las tierras, y restituir la normalidad defenestrada por la violencia, el conflicto, la imposición del otro. 

 Esta nueva etapa de negociaciones por la Paz en Colombia ha de ser una lección al continente y una bofetada a los extremismos, debe convertirse en el gesto de nobleza entre la oposición política y el adversario armado de reconocer que todo acto tiene su consecuencia y que en la tierra del hombre el perdón por ser perdón no puede estar por encima de la justicia, aunque la justicia deba dosificarse en busca del entendimiento, en busca del civilismo. 

 La paz no tiene itinerario como tampoco lo tiene la guerra, aunque la paz tiene el apuro, la exigencia, las bondades y la necesidad de unir a las naciones, así sea en un juego de rugby como lo hizo el gran Mandela. La paz que se firmó en Colombia se firmó con una pluma que antes fue una bala, fue la primera vez que una bala perdida tomó sentido y firmeza, las palabras deben trascender las guerras, los hombres, las fronteras. 

 El precio de la paz es mucho más costoso que el de la guerra, pero más satisfactorio, y la paz es un concepto que nos supera como humanos, como hombres, aunque algunos se crean capaces de no querer conocerla, la paz existe cuando el alma puede estar tranquila en la convivencia del diálogo sin sepulcro, la paz que en forma de bala se transforma en una pluma para escribir el futuro, el futuro de Colombia, el futuro del mundo que ha de ser con tinta y no con pólvora

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