Reflexionemos

Son apenas las cinco de la mañana y el resplandor del sol empieza a dibujarse en el fino lienzo del firmamento. Tras lavarme la cara y tomarme un sorbo de café, me siento en la acera del frente de mi casa mirando a la lejanía, una fresca y particular mañana de domingo, un suspiro de aire puro del cual hace mucho tiempo nos hemos privado… 

 En los días que vivimos, sentarse en una acera a las cinco de la mañana es retar al destino y colocarse en el tiro al blanco de una “sensación” llamada inseguridad, estamos transitando por calles y avenidas pasajeras abarrotadas de gente… Todo el mundo habla pero nadie se escucha, todo el mundo va de prisa, tanto así, que alguien escasamente respira. 

 Y en el tránsito rutinario de esta avenida infinita, nos cruzamos en el camino de un montón de gente, gente que va y viene, gente que por casualidad o “Diosidencia” nos hace cambiar el semblante en apenas un segundo ¿Acaso una sonrisa inesperada no desvanece una sombra? Mientras sombrío se hace el ocaso de una tarde que languidece, sí, moliendo café. 

 La mañana transcurre con ligeros suspiros, los latidos del corazón no acentúan ninguna premonición, han transcurrido apenas unos 20 minutos y ya el café está frio, pero no me importa, pienso seguir sentado aquí hasta que el incandescente sol me obligue a levantarme. A fin de cuentas… es domingo y no hay teléfono o televisor que pueda compararse con la sublime compañía de la brisa madrugadora de mediados del mes de junio. 

 Tras saludar unos cuantos pasajeros en tránsito de esta avenida que todos recorremos, irrumpe el sonido de una voz inconfundible, es mi madre… Me increpa ¿Qué haces aquí meditando con la brisa?, a decir verdad, tal vez si estoy meditando o tratando de inventarme una mañana “bohemia” no lo sé, pero tengo la seguridad de que al menos hoy, le salí del paso a la rutina. 

 De pronto, ya el sol logró sobreponerse ante las nubes y anuncia una jornada calurosa como ya por estos lares es costumbre. La acentuada claridad me invita a levantarme, tal vez aún no quiera, tal vez es demasiada surreal la paz que solo conseguí al despertarme y sentarme a esperar que amaneciera, eso que se hizo posible mientras “meditaba con la brisa”. 

 Son cerca de las ocho de la mañana y hoy el desayuno tiene un exquisito contorno, casi a diario el primer bocado de la mañana es un trajín, rodeado de gente, una fila para comprar, gente que da mal servicio, nadie regala una sonrisa y tengo que comer de pie. Afortunadamente hoy es distinto, mientras permanezca en el nido, el servicio, la atención y la sonrisa de mi mamá van a ser la mejor degustación a cualquier hora y bárbaro, nuestra ajetreada agenda pocas veces nos permite este agasajo, compartir un desayuno en la mañana y para suerte nuestra, ninguno tiene el teléfono celular en la mano, ni cerca, ni en la mesa. 

Mientras hablo del celular no dejo de pensar en si ya “ella” me habrá enviado sus acostumbrados y cómicos buenos días, tal vez sea la única razón por la que irrumpa este atípico domingo, quizás no es mejor que mirarnos a la cara, darnos un abrazo y regalarnos la reciprocidad de una sonrisa, pero esos buenos días de mi musa, ese mensaje de texto, ese gesto de que ya tan temprano y estoy pensando en ti, es incomparable. 

 Quizás esta mañana no es una más o es la misma de siempre y nada novedosa, quizás esto es el efecto de eso que llamamos “Vida” y que a veces pasa desapercibida por el tránsito, el incandescente sol, las largas filas, la ajetreada agenda y el bendito celular...


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