Sobreviven la anarquía y la esperanza

Hoy salí a caminar por la ciudad luego de más de dos meses de protestas, confieso que me he sentido preso entre mi racionalidad o en lo que algunos llaman mi indiferencia, aún puedo percibir el olor a gas lacrimógeno, aún creo poder escuchar el accionar del plástico de perdigón, siento que me vuelve a dar la misma tos por el humo de cuando quemaban los cauchos, intento encontrarme con algo de armonía entre el abandonado casco central de un ciudad plagada de basura y árboles talados, no sé si asumir todo esto como un gesto de rebeldía, yo abandoné la protesta y la abandoné, simplemente porque se infiltró la violencia y no privó la sensatez, perdimos la razón y con ella la verdadera valentía. 

 Recuerdo que días posteriores al 12 de febrero me comuniqué directamente con uno de los líderes locales que dirigía las acciones de los llamados “guarimberos” yo le pedí organización y simplemente me respondió que eso no era posible, que esto era una resistencia de mucha gente, jamás entendí su argumento, fue así, tan irracional que luego el también abandonó la protesta, se dio cuenta, de que perdió la razón y que poco a poco los irracionales imponían sus barricadas mentales, cegados por una obstinación mutua que tal vez es lo único en lo que podamos coincidir, estamos obstinados de tanta turbulencia. 

 Lucho contra las lágrimas mientras camino, es domingo y la mayoría de los locales comerciales están cerrados, el silencio parece ser la cortina musical más apropiada para el recuento de los daños, intento encontrarme con el país y lo hago desde hace varios días, hay muros y barricadas en cada esquina que me impiden encontrarlo y encontrarnos, la obstinación mutua me acompaña, también el desespero, la ironía, el desencuentro, continuo caminando sin premura alguna ¿Qué tanto puedo perder? La violencia y el hampa andan divagando por estas calles pero yo necesito volver a respirar aire puro, sin olor a gas lacrimógeno, plástico de perdigón o bombas molotov. 

Días atrás había conversado por teléfono con Carolina, una buena amiga a quién sin pensarlo también me encontré en la desolada avenida de este domingo, ella me cuenta con evidente rabia como constantemente atacan nuestra universidad ¿Por qué hacen eso? ¿En qué afectan esas acciones al gobierno? Son unos tira piedra, come candela, violentos, irracionales… Carolina estruja mi alma en cada uno de sus adjetivos, yo comprendo sus argumentos y entiendo su irracionalidad “todos estamos obstinados” me dice que hay que abogar por el diálogo, hay que agotar las vías constitucionales, el gobierno ha evidenciado su voluntad de cambiar, la oposición se sienta y plantea sus propuestas, esto es más que escucharnos, “pronto veremos resultados trascendentales” sentencia Carolina como si en su sistema límbico, la razón y la esperanza le dictaran una premonición.

 Más adelante y sin pensarlo, fortuitamente me encontré con Diego, es mi amigo y también un “guarimbero” pasó 15 días cerrando la misma avenida, hoy anda por las calles buscando apoyo, lanzando gritos y consignas al viento “Si esto se cae perdemos lo que hemos logrado” me dice mientras con cierto reproche le pregunto ¿Y qué hemos logrado? Con indignación me responde que estamos avanzando, es una resistencia, hay que radicalizarnos, los políticos nos venden dialogando con este gobierno asesino, son unos cobardes, tenemos que unir fuerzas para llevar el país al caos y el caos se logra quemando todo… Diego escupe la rabia como la bilis pero también le encuentro razón, no estoy de acuerdo, me indigna conversar con una bestia irracional, me llama indiferente mi amigo, yo abogo por organizar la protesta y el defiende el caos y la violencia, ambos queremos un cambio.

 Esta vez la avenida se me hizo más larga que de costumbre, el domingo da tiempo para todo, intento seguir caminando sin romper en llanto, sí, estoy a punto de detenerme y sentarme a llorar, salí en busca del país y me lo encontré frente a frente, voy por una calle sentenciada por el silencio. La violencia y el desencuentro se expanden como una epidemia, me fastidia tanta desmesura, tanto optimismo, tanta fe y tanta religiosidad, aborrezco la violencia, el desenfreno, el extremismo sin causa, sin argumentos.

Estoy a punto de terminar el recuento de los daños en una sola avenida de una sola ciudad, en esa avenida llamada conciliación y que nadie se atreve a cruzar, veo a mi Venezuela reflejada en un charco de agua que tras el pasar de los carros y el pisar de los peatones se expande cada vez más, salí en busca de sobrevivientes a la barbarie y aquí, a esta epidemia irracional solo sobreviven con un respiro incierto, la anarquía y la esperanza.

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