Este es el último aliento.

Amanecí melancólico, con el alma enajenada. Creo, estoy casi seguro que ayer se término de quebrantar mi dignidad. 

 Tengo lágrimas en los ojos y confieso me estoy muriendo por dentro, me está carcomiendo las entrañas esto de ser venezolano, no tengo sueño y la madrugada parece eterna, no hay silencio más perverso que este, nos están sentenciando a buscar la puerta de salida... 

 ¿Quién le explica a Nicolás? yo quiero ser el mejor periodista de Venezuela en Venezuela, mi mejor amigo quiere ser el mejor jugador de la vinotinto, mis padres quieren ser los mejores empresarios, mi vecina quiere ser la mejor cardiólogo, mi ahijado de apenas 3 años sueña con vivir a plenitud y todos... Aquí, EN VENEZUELA. 

 Siento que algo no anda bien, me aturde hasta el silencio que sospecho también me va a decir lo mismo... La gente habla de divisas, de boletos aéreos, de oportunidades, la gente habla de enterrar su alma y sus entrañas, ¡nos están obligado a renunciar a ser venezolanos! El país se hunde en la anarquía, entre la inmoralidad de quienes piden les bajen los precios y les regalen las cosas o les den licencia para saquear las bóvedas de la poca dignidad que queda en el país... Y el sobresalto de quienes esperan con anhelo y tal vez resignación que el sueldo les alcance para vivir decentemente. 

 ¿Decencia? En serio? Esto no es un país decente! La carroña y la miseria humana tienen crédito permanente ante la irracionalidad de la blasfema de quienes nos gobiernan. En abril sucumbió la república, ante la irresponsabilidad, la ineptitud y la incapacidad de los ambiciosos, de los enfermos de poder, de quienes escupen el rencor como la bilis. 

 Hay quienes hoy se arrepienten, pensaron que debían aferrarse a un muerto, insepulcro, que nos condeno a este infierno. Sí, porque esto es lo más parecido al infierno, la inflación es tan alta como la desesperanza, la violencia estruja, golpea, anuncia un sismo de fuertes replicas en nuestra conciencia, en nuestros sueños. Ni siquiera podemos pensar en el futuro, tal vez no aquí, tal vez no tan lejos. ¿En serio nos queremos ir de Venezuela? parece un ataque de malcriadez, un capricho, una premonición del orgullo, pero no les. Amamos esta tierra, amamos nuestras entrañas, llevamos el alma llanera en los tuétanos, en la piel tostado, en un Gloria al Bravo Pueblo, que ya no resuena, que ya no repica. Nos estamos avergonzando de ser venezolanos. 

 Ya es costumbre, tres veces grito, tres veces golpeo, tres veces más fustigo mi cedula de identidad ¿Quién nos condeno a esto? ¿Por qué tengo que compartir mi nacionalidad con esta gente? ni siquiera los odio, ni siquiera siento rencor pero me asquean ¡Sí! solo siento lastima y compasión por ellos, por su estupidez, por la mediocridad indolente que pareciera les carcomió el alma. 

Estoy siendo radical, cada vez más radical ¿y cómo no? me están matando la vida, me están golpeando el orgullo y la dignidad, nos están encerrando cual presas de una fiera que intenta acabar con nuestra existencia. Mientras escribo... Hay algo que tengo entre pecho y espalda, es una corazón que bombea sangre con más fuerza que nunca, tengo el pulso acelerado, tal vez estoy a punto de un colapso emocional que termine por reventar mis entrañas, lagrimas, amargas, muy amargas ¡Nos están obligando a buscar la puerta de salida!

 Hoy no quiero hablar de esperanza, de soluciones, hoy realmente no sé si quiera acordarme que Dios existe, lo siento, me estoy muriendo, se me está muriendo mi patria, mi país, mi idiosincrasia, mi sangre, y nadie aboga por soluciones, nadie exige, nadie está gritando ¿Por qué no gritamos? ¿Por qué no alzamos nuestra voz? ¿Por qué no golpeamos cada vez más fuerte? ¿Por qué no derribamos los muros? ¿Por qué estamos esperando? El silencio no está haciendo cómplices, no estamos haciendo nada, somos testigos de nuestra propia asfixia. 

 No encuentro resignación, las lagrimas y el dolor que siento me dan un empujón de fuerza ¡No podemos darnos por vencidos! por lo menos no hoy, no ahorita, no en estas horas negras que tal vez obscurezcan y de pronto, y de golpe, venga el amanecer, o tal vez no... Pero, hay que luchar! hay que luchar! Hay que luchar hasta que las lagrimas se sequen, hay que luchar hasta que la sangre se congele, hay que luchar hasta que el aliento humedezca el vidrio, aunque este, este, sea el último aliento...

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